El concepto machadiano de las dos Españas, con el que este debate está íntimamente asociado («la discusión se centró... en el origen histórico de la gran tragedia española, intentando explicar, por un lado, el supuesto fracaso ante la modernidad y, en último extremo, la guerra civil»), ha sido rastreado por Santos Juliá desde sus primeros acuñadores: Mariano José de Larra, pasando por Jaime Balmes y los ya citados Marcelino Menéndez Pelayo, Ramiro de Maeztu y José Ortega y Gasset. Significa en realidad la evidencia de una triple fractura, que se abre simultáneamente a los cambios que supone la Edad Contemporánea y que llevará al enfrentamiento de 1936. Esa triple fractura se puede expresar en tres pares de conceptos opuestos:
§ La oposición derecha / izquierda, ligada a la denominada «cuestión social» del siglo XIX: que a su vez contiene tanto el surgimiento del movimiento obrero como respuesta a la industrialización y que se convierte en una temible lucha de clases (por ejemplo, el pistolerismo de Barcelona entre patronal y sindicatos), como el atraso rural y el «señoritismo» y «caciquismo» que intentan remediarse con la reforma agraria. La debilidad de las clases medias «ilustradas» o «profesiones liberales» (incluso la inexistencia o destrucción prematura de una burguesía nacional) se ha venido aduciendo tradicionalmente, como una de las causas de la polarización social y política, y expresada como una característica del «carácter español» desde que la leyenda negra fijó su estereotipo: el modo de vida hidalgo, el espíritu cristiano viejo, el desprecio por el trabajo... La distinta implantación de socialistas y anarquistas introduce un elemento más de fragmentación, en este caso, interna al movimiento obrero.
Al marchar a la siega
entran rencores,
trabajar para ricos,
seguir de pobres
Seguir de pobres, Ignacio Aldecoa
§ La oposición catolicismo integrista / anticlericalismo, que surge con la descristianización de las capas populares e intelectuales desde el segundo tercio del siglo XIX, coincidiendo con las guerras carlistas (matanza de frailes de 1834, quema de conventos de 1835), se acentúa con la desamortización eclesiástica de Mendizábal, no se apaciguó con el Concordato de 1851 (a pesar de que Isabel II intentó integrar a los «neocatólicos» y reunió una verdadera «corte de los milagros» presidida por San Antonio María Claret y Sor Patrocinio, la (monja de las llagas), continuó contra el krausismo del último cuarto de siglo XIX (expulsando a los catedráticos que no se avinieron a acomodar sus enseñanzas a la ortodoxia, como Francisco Giner de los Ríos, que optaron por fundar la Institución Libre de Enseñanza), y se acentuó a principios del XX (Semana Trágica de Barcelona, lerrouxismo), expresándose incluso desde algunos gobiernos dinásticos (ley del candado de José Canalejas) y sobre todo los del primer bienio de la Segunda República, especialmente en lo relativo a la enseñanza y la supresión de la Compañía de Jesús. Incluso la concesión del sufragio femenino en 1932 tuvo detractores desde ambientes progresistas por considerar que las mujeres votarían según la orientación de sus confesores (enfrentamiento entre Clara Campoamor y Victoria Kent). Agustín de Foxá resumió con ironía que los españoles están condenados a ir siempre detrás de los curas, o con el cirio o con el garrote
§ La oposición centralismo / nacionalismos periféricos, identificados estos últimos a la defensa de lenguas distintas al castellano pero socialmente con diferentes orígenes: el resentimiento frente a la inmigración y el crecimiento industrial de las ciudades de los pequeños propietarios rurales católicos y carlistas en el País Vasco;23 y la burguesía progresista industrial catalana, organizada durante el siglo XIX en la defensa de una política económica proteccionista opuesta al librecambismo de los exportadores cerealistas castellano-andaluces, hegemónicos políticamente en «Madrid». Paradójicamente, un planteamiento similar de bandos enfrentados se había producido dentro de la misma Castilla siglos antes, desde la Baja Edad Media hasta la Guerra de las Comunidades.
En la mayor parte de los casos, podía ubicarse a las fuerzas políticas y sociales, y a los individuos, en una u otra de las Dos Españas así definidas, aunque para otros casos no estaba tan claro: en Vizcaya o Guipúzcoa, muchos católicos (incluyendo a sacerdotes) eran nacionalistas vascos, e intervinieron en la Guerra Civil en el bando republicano; la Lliga Regionalista de Francesc Cambó tenía muy poco que ver con la Esquerra Republicana de Francesc Macià y Lluís Companys (de hecho, de la derecha catalana partieron los apoyos iniciales del general Miguel Primo de Rivera, así como una significativa parte de los de la sublevación militar de Franco); mientras que las izquierdas eran notablemente centralistas y los republicanos pretendieron crear un «estado integral» que reconocía las autonomías regionales, por exigencias de la «conllevancia». La expresión proviene del debate del Estatuto de Autonomía en las Cortes (13 de mayo de 1932), notablemente realista y pragmático, en el que intervinieron Azaña y Ortega, y no se marcaba ningún acento trágico ni «excepcional».
El problema catalán, como todos los parejos a él, que han existido y existen en otras naciones, es un problema que no se puede resolver, que sólo se puede conllevar... un problema perpetuo... un caso corriente de lo que se llama nacionalismo particularista... las naciones aquejadas por este mal son en Europa hoy aproximadamente todas, todas menos Francia [por]... su extraño centralismo.
Ortega y Gasset